Transilvania, región de los Cárpatos situada en Rumania, esconde una de las leyendas probablemente más cinematografiadas y a la que la literatura ha hecho mayor referencia de todos los tiempos, especialmente gracias a la novela del escritor Bram Stoker. Pero detrás de todos estos argumentos fantásticos se esconde una realidad.
En un primer momento, la mayor parte de las referencias a seres que muestran un tipo de características relacionadas con el vampirismo forman parte de historias y mitos folclóricos de muchas civilizaciones de la antigüedad dispersadas por todo el mundo: Egipcios, sumerios, tribus mesoamericanas pero, ya en la edad media, este tipo de personajes comienzan ser relacionados directamente con personas reales.
Uno de los casos más conocidos es el de Vlad Tepes, que fue príncipe de Valaquia en el siglo XV que fue apodado como Drácula en honor a su padre. Pero su sobrenombre de “Tepes”, que en rumano significa empalador, hace referencia a su crueldad a la hora de juzgar a sus adversarios a la pena capital, ya que acostumbraba a ensartarlos todavía con vida en afilados palos de gran altura hasta causar su dolorosa muerte.
Se dice de él que disfrutaba recogiendo la sangre de sus adversarios perecidos y mojando el pan en ella mientras comía. Su vida estuvo rodeada de misterio, venganzas y masacres convirtiéndole en un oscuro personaje.
Su leyenda se propagó rápidamente durante la Edad Media y dio lugar a historias de seres que no podían ver la luz del sol y eran capaces de sobrevivir a la muerte gracias a que podían beber la sangre de los vivos a través de su letal mordida.
Una de las causas era una extraña enfermedad vinculada a la pigmentación de los glóbulos rojos que provocaba extrañas llagas en la piel cuando éstos eran expuestos a la luz del sol.
Pero hay otros casos de vampiros conocidos en la actualidad a los cuales se les considera personas totalmente normales, al menos en su aspecto físico, que se ven necesitados al consumo de sangre para conseguir sobrevivir.
Peter Kürten, apodado como “El Vampiro de Düsseldorf” sufrió una infancia marcada por la pobreza y la violencia. Desde joven estuvo involucrado en hechos delictivos y según confeso él mismo, con tan solo 9 años, provocó la muerte por ahogamiento de dos niños. En ningún momento afirmó que bebiese la sangre de sus víctimas pero sí que disfrutaba al verla correr. Antes de ser condenado a muerte en la guillotina por 9 asesinatos y otros 7 intentos de homicidio afirmó que deseaba escuchar el sonido de su propia sangre al recorrer su cuello decapitado.