Cuando una persona está en contacto con la naturaleza, durante un viaje o un simple paseo, a menudo encuentra lugares intensos en donde la presencia de un árbol, de una montaña, o un río, le generan unas sensaciones que le cuesta definir.
Estos lugares mágicos reveladores de una presencia en el límite de lo visible y lo invisible producen, la mayoría de las veces, un sentimiento de bienestar y de armonía.
Desde que el mundo es mundo estos lugares privilegiados, verdaderos santuarios naturales, han sido asociados a lo sagrado.
¿Podrían haber adquirido nuestros antepasados algunos conocimientos sobre las energías escondidas de nuestro planeta mediante la observación repetida de ciertos fenómenos?
En efecto, parece que las civilizaciones que nos precedieron lograron sacar provecho de esas energías sutiles, verdaderas zonas de intercambio entre el telurismo de nuestro planeta y la radiación cósmica.
Es cierto que nuestros antepasados, que convivían mucho más que nosotros con la naturaleza, en seguida se dieron cuenta que eran muy sensibles a las radiaciones del suelo; el paso de las corrientes de agua, el de las energías telúricas… Ya en la antigüedad las legiones romanas se acompañaban de especialistas en geomancia encargados de detectar mediante la energía de la tierra las fuentes, los puntos de agua y los lugares más favorables para asentar un campamento ya que en aquella época no acampaban en cualquier sitio sino en donde había puntos favorables para la evolución de la vida.
En occidente hay motivos para pensar que los pueblos del neolítico poseían conocimientos sobre los fluidos subterráneos. Los monumentos y lugares que hemos heredado de ellos podrían ser los instrumentos de una ciencia ancestral.
Estas energías que emanan de la Tierra, conocidas con el nombre de energías telúricas. Estas energías son utilizadas por personas como los zahoríes para encontrar agua detectando en el subsuelo la radiación que hay en su vertical.
Estas energías crean unas redes telúricas (cuadrículas) y las más importantes son las Líneas Hartmann que crean unas redes que envuelven a la Tierra de norte a sur y de este a oeste. Esta red telúrica cuyas líneas forman muros invisibles de energía emergen del subsuelo y se elevan a muchos kilómetros de la superficie.
Igual que nuestros ancestros detectaban estas redes para elegir sus asentamientos o levantar sus lugares de culto en función de las energías de la Tierra también los animales salvajes se guían por estas líneas energéticas para orientarse y establecer sus guaridas en lugares energéticamente seguros y favorables, salvo ciertos animales que parece que les benefician estas radiaciones.
Es por ello que es necesario que nuestro cuerpo energético vibre en armonía con el lugar en el que habitamos.